Es un mito el creer que usamos sólo el 10% de nuestro cerebro. Es
imprescindible que se entienda que esto no es así. Más bien es al revés.
Constantemente el cerebro se escanea a sí mismo, en todos sus recovecos y
superficies, buscando en todos estos lugares los datos, impulsos, recuerdos,
asociaciones que necesita para llevar a cabo las tareas que SIN SIQUIERA
SABERLO le estamos infatigablemente solicitando. Toda vez que nos sentamos a
meditar, o a reír o si tocamos un acordeón, pelamos las papas o saltamos la soga:
cualquier cosa que hagamos en lo que llamamos vivir: desde las tareas más
sofisticadas de nuestros trabajos hasta las tareas domesticas más triviales de
nuestra vida cotidiana es el cerebro quien las realiza.
Durante mucho tiempo
nuestro cerebro permaneció invisible e inaccesible. En la década de los 60
algunos psicólogos frustrados consideraron al cerebro como una CAJA NEGRA. Esto
creó un paradigma mediante el cual descubrieron algunas cosas útiles y trataron
de solventar una nueva ciencia que eventualmente fue llamada CONDUCTISMO. Dicha ciencia se conoció por su manejo de la
relación entre los estímulos y las respuestas que pudiese emitir el organismo
siendo el cerebro en todo momento una caja negra que de alguna manera
coordinaba los estímulos y las respuestas.
Luego, la década de los
90 fue nombrada la década del cerebro, debido a la enorme velocidad como se
desarrollaba la tecnología llamada NEUROIMAGING (neuroimagenología). Esta
tecnología nos permitía por fin aguaitar el cerebro sin dañarlo ni trasgredirlo
en el acto de aguaitarlo. Durante esta década nos fuimos familiarizando con lo
que estas tecnologías posibilitaban.
En este contexto,
entre 1990 y el 2005, a un colega neurocientífico se le ocurrió hacer un
estudio longitudinal de 15 años observando cómo el cerebro evidenciaba el
aumento y disminución de su materia gris; descubriendo de esta manera un patrón
hasta ese momento no imaginado. Al fin se levantó el velo y la caja se hizo
totalmente transparente.
El trabajo de Paul Thompson (y de muchos otros que siguieron
después) nos permitió ver que todos
los procesos de aprendizaje son intervenidos y están mediatizados por el
cerebro. Pudimos ver una diferencia madurativa entre el florecimiento de las conexiones sinápticas (colores amarillo, verde
y rojo) y el podaje de dichas conexiones
(colores azul y morado).
Así pudimos ver cómo a
los 4 años de edad habían más zonas rojas, verdes y amarillas (florecimiento
sináptico); las que paulatinamente, por ejemplo a los 8 años, se iban
reduciendo por el podaje respectivo (como se ve en las zonas azules y moradas).
Resultó ser que el cerebro aprende ramificando
y podando sus propias conexiones! Y sin
estos procesos NO HAY aprendizaje!
Las implicancias no se
hicieron esperar: habían edades cronológicas que por naturaleza acogían diferentes
estados del cableado del cerebro! Esto nos permitía automáticamente diseñar actividades que les dieran a los niños
las experiencias que estuvieran en
consonancia con el estado madurativo y desarrollativo del cableado. Y a su vez
diferentes grupos etáreos podían ya ser caracterizados por el estado madurativo
y desarrollativo de sus respectivos cableados neocorticales.
Las implicancias de
estos descubrimientos han sido enormemente subestimadas y no han sido llevadas
al aula ni a la preparación de los profesores. Hemos derivado nuevas
herramientas pedagógicas a partir de esta nueva concepción del cerebro que ya
tenemos a disposición en las NEUROCIENCIAS. Usar estas herramientas en el aula
nos asegura que estamos tratando el cerebro de los educandos desde esta
concepción. Si conoces estas herramientas y aprendes a
usarlas ya estas haciendo algo nuevo por ti, por el educando y por la
educación.
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